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Trabajador anónimo de Condeduque

Noche cerrada

Concierto de Raül Refree
Música

Noche cerrada en Madrid. Las calles vacías y sin aire. Apenas cabe el silencio en ellas y hasta la noche parece querer escaparse. Ni un alma en la acera, ni un fantasma. Ensimismado, uno parece estar dentro de una película apocalíptica donde nunca llega el «the end». En un primer instante, una sensación de paz absoluta te invade, pero al rato uno se da cuenta de que no es paz, sino soledad. No está mal, pienso. Hasta pasadas unas horas. Después... te invade cierta desazón y angustia, porque la soledad no habla. No pinta ni fotografía. No interpreta. No se ve ni se oye. No se siente.

Noche cerrada en Madrid. Enfilo la calle la Palma dejando atrás San Bernardo. Me topo con la plaza Guardia de Corps. Una tenue luz sale de la boca de granito del centro Conde Duque. Es el portón churrigueresco del viejo cuartel, ahora convertido en morada de la cultura contemporánea. Me asomo y sigo otras migajas de luz que salen a mi encuentro, como Hansel y Gretel. Llego al auditorio y me saludan unas acomodadoras. “Bienvenido; colóquese bien la mascarilla, por favor”. “Mantenga la distancia”. “¿Puede echarse por favor un poco de gel hidroalcohólico?”. Ya dentro, me siento en una butaca y espero. Con mi angustia y desazón todavía contenidas. Veo a bastante gente a mi alrededor, con un brillo especial en su mirada, como cuando ves por vez primera el mar. No conozco a nadie y, sin embargo, les siento cercanos. Los técnicos ultiman todos los detalles, de espaldas al oscuro escenario. El regidor y la jefa de sala aguardan, con misma luminosidad en los ojos. Al final caes en la cuenta de que todos estamos recuperando sentidos olvidados, emociones aparcadas en la cuneta de nuestro día a día. Entonces el escenario se recoge en el centro gracias a una luz cenital que saluda al artista. Es Raül Refree, dicen. Tiene una figura frágil, barba desaliñada y una sonrisa juguetona, huidiza. Rasga la cuerda de su guitarra y el silencio se hace música. Y poesía. Y la angustia muestra grietas por donde se filtra la felicidad. Y de repente...  la vida se te aparece a borbotones.